La muerte de patos yecos y el modelo de desarrollo

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La semana pasada, los habitantes de Iquique fuimos testigos de la muerte de cientos de
cormoranes negros -más conocidos como patos yecos- cuyos cadáveres yacían en el borde
costero. Hasta el momento, todo parece indicar que la causa de muerte se debió a un
traumatismo en contexto de faena pesquera de cerco de arrastre. Incitare para que las
autoridades responsables entreguen prontamente toda la información con publicidad y
transparencia a la comunidad iquiqueña.
Diversos científicos y activistas de diferentes partes del mundo han concluido que la pesca
de arrastre es un método destructivo y una barbarie económica. Uno de sus efectos
negativos inmediatos en la ecología es la captura de otras especies “no utilizables”, entre
ellas, aquellas aves que se alimentan de la especie en captura. Y, por otra parte, en el
mediano y largo plazo, compromete la reproducción futura de los recursos
hidrobiológicos.
Para el caso del cormorán negro, este se alimenta de la anchoveta y cuando los barcos de
cerco proceden a la captura de esta especie, también capturan a toda la fauna que
acompaña o que se está alimentando de la pesquería objeto del arrastre. Como no son
especies “utilizables” se procede a arrojarlas por la borda, muertas o moribundas, y la
marea se encarga de arrastrarlas hacia la playa, ofreciéndonos escenas sacadas de una
película apocalíptica.
Pero, no sólo en la pesca se utilizan métodos extractivos cuya principal motivación es
extraer la mayor cantidad de recursos naturales con bajos costos asociados en la
operación y en el menor tiempo posible, pero con nocivos efectos en la ecología.
Actividades como la minería, la agricultura, la acuicultura y la silvicultura, también
funcionan bajo esta irresponsable y nociva premisa de acumulación de capital, desprovista
de verdaderas regulaciones que pongan limite a la voracidad empresarial, a su
comportamiento siempre criminal con el medio ambiente, con la vida y con la
sustentabilidad futura de las próximas generaciones.
El modelo de desarrollo extractivista, centralista y neoliberal al basarse en la
mercantilización absoluta de los recursos naturales, el trabajo y el territorio, devendrá
siempre en una relación violenta entre sociedad y naturaleza. Este potencial destructor
del capitalismo se moviliza con el único fin de extraer valor y en contra de la generación
de valor. Como consecuencia, nuestro actual modelo de desarrollo y sus métodos
extractivos -que sólo tienen como meta el crecimiento económico- bloquean cualquier
posibilidad de un desarrollo humano sostenible y sustentable para nosotros y para las
próximas generaciones.

El actual patrón de acumulación capitalista que solo beneficia a un grupo pequeño de la
humanidad, esconde bajo el disfraz del respeto a los contratos, de la prosperidad y la paz
social, el verdadero rostro de los principios económicos que nos rigen, los que son, la
violencia y la rapiña.
En la última década, numerosos casos comprueban la vocación perjudicial del
extractivismo en contra de la naturaleza y la humanidad. Nuestra dependencia de los
mercados internacionales y de enclaves territoriales de extracción y exportación, más que
empujar nuestro desarrollo hacia una sociedad moderna, la han derivado hacia una
dinámica de africanización de nuestros territorios, abrigando zonas de sacrificio y
comprometiendo seriamente la viabilidad histórica de nuestros hijos e hijas.
Así como el 18 de octubre de 2019, la ciudadanía y los jóvenes estallaron contra de la
desigualdad, sería bueno que prontamente lo hicieran en contra de un modelo de
desarrollo homicida que pone en jaque la continuidad de la vida en el país, y sobre todo
en Tarapacá. Urge protestar y, a la vez, repensar la relación del extractivismo y el modelo
desarrollo. Más aún, en nuestro actual proceso de deliberación para una nueva
constitución.
Necesitamos avanzar en propuestas que entiendan el desarrollo como un proceso en que
los distintos actores y agentes de un territorio acuerdan democráticamente la forma de
generación de valor, los límites a la extracción de valor, el incremento y distribución de los
ingresos monetarios, el buen aprovechamiento de los recursos locales para la satisfacción
de las necesidades regionales. En fin, un enfoque que incorpore los intereses,
necesidades, valores y expectativas que constituyen nuestra sociedad regional, porque
solo desde ahí será posible obtener una respuesta distinta a al modelo extractivista
criminal.

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